La pobreza energética en México no se explica ya por la falta de electricidad, sino por la incapacidad de millones de hogares para costear el confort térmico sin sacrificar buena parte de sus ingresos. El sector HVAC se encuentra en el centro de este dilema: cada equipo eficiente, cada vivienda aislada y cada norma implementada representan un paso hacia la justicia energética.
La energía asequible y confiable es la columna vertebral del bienestar moderno, pero millones de personas aún viven pobreza energética, un fenómeno más amplio que la falta de electricidad. En países desarrollados se acuñó el término fuel poverty para hogares que gastan más del 10% de sus ingresos en energía; bajo ese criterio, muchas familias mexicanas califican hoy en vulnerabilidad energética.
De hecho, a pesar de que el 99% de las viviendas mexicanas cuenta con conexión a la red eléctrica, un 37% de los hogares enfrenta pobreza energética, es decir, carece de servicios suficientes para un nivel de vida básico. Esto equivale a unos 46 millones de mexicanos sin acceso pleno a energía de calidad, realidad que desmiente la noción de que tener luz eléctrica garantiza el confort.
Odón de Buen Rodríguez, exdirector general de la Comisión Nacional para el Uso Eficiente de la Energía (CONUEE), lo resume con claridad: “En México eso ya no es un problema: la electricidad llega al 99% de las casas. Yo creo que el verdadero problema es de servicios energéticos, de cómo proveerlos de manera más económica”, señala refiriéndose a la necesidad de calor y refrigeración accesibles. En otras palabras, la meta no es solo electrificar, sino lograr que cada hogar alcance una temperatura digna sin arruinarse en el intento.
Una realidad con múltiples rostros
La pobreza energética tiene muchas caras según el contexto regional. En América Latina, millones de familias batallan con equipos de climatización obsoletos e ineficientes que disparan su consumo eléctrico sin lograr comodidad térmica. México ofrece ejemplos extremos: apenas 15% de las viviendas mexicanas contaban con aire acondicionado en 2018–concentradas sobre todo en los estados cálidos del norte–, por lo que la mayoría recurre a ventiladores insuficientes o simplemente soporta temperaturas peligrosas.
En regiones como Sonora o Baja California, el aire acondicionado dejó de ser lujo para convertirse en necesidad vital durante veranos que rompen récords de calor. Sin embargo, ese alivio tiene un precio: “Según la clasificación de la Agencia Internacional de Energía, aquellas familias que gastan más del 10% de su ingreso en energía se consideran en pobreza energética.
“¿Sabe dónde pesa más en México? En el norte. Mucha gente lo vive porque tiene que usar aire acondicionado y se le sube la cuenta”, explica Odón de Buen, destacando cómo el clima extremo del desierto castiga más a los bolsillos modestos.
No sorprende entonces que exista incluso una “migración térmica” estacional: familias de Mexicali con recursos optan por mudarse durante el verano a regiones más frescas para evitar la factura eléctrica exorbitante, mientras los hogares pobres se ven obligados a sufrir el calor o endeudarse para pagar la luz.
Afortunadamente, programas públicos han logrado aislar térmicamente unas 100 mil viviendas en Mexicali en años recientes, sembrando una incipiente cultura de aislamiento en la construcción. Pero ese avance no alcanza a los más vulnerables, quienes siguen expuestos a temperaturas extremas en casa.
En el ámbito comercial e industrial la situación tampoco es halagüeña. La falta de mantenimiento en sistemas de climatización provoca pérdidas de eficiencia energética significativas, incrementando costos operativos y mermando la competitividad. Un sistema HVAC industrial puede perder hasta un 30% de su eficiencia si no recibe mantenimiento regular, pues filtros sucios, fugas de refrigerante o piezas desgastadas obligan al equipo a trabajar de más.
Esto significa que muchas empresas en México y Latinoamérica están pagando hasta un tercio más en electricidad de lo necesario por descuidar sus aires acondicionados. Además, un sistema con mantenimiento deficiente no solo consume de más: también puede poner en riesgo la salud interior al acumular polvo y patógenos, un problema crítico en hospitales y escuelas.
Imaginemos un hospital público sin climatización adecuada en plena ola de calor: pacientes y personal sudando bajo techos calientes, aparatos médicos sensibles al sobrecalentamiento. De igual forma, en zonas altas con inviernos fríos, hay escuelas rurales donde los niños tiritan en aulas heladas porque no existe calefacción eficiente.
Cada uno de esos casos refleja un rostro de la pobreza energética: ya sea el hogar rural que todavía cocina con leña –4.8 millones de familias mexicanas lo hacen, con los consecuentes riesgos para la salud– o el centro de datos urbano que ve peligrar sus servidores por cortes de energía en picos de demanda, la carencia de servicios energéticos confiables impacta calidad de vida, educación, productividad y salud pública.
El papel estratégico del sector HVAC
La industria HVAC ocupa un rol estratégico para revertir esta realidad. No se trata solo de vender equipos de clima, sino de definir cómo nuestras sociedades habitan un planeta cada vez más cálido sin agravar la crisis climática. Un sistema de climatización eficiente puede marcar la diferencia entre una familia que paga una factura manejable y otra que cae en morosidad; entre una empresa que puede operar durante una ola de calor y otra que debe detener producción por sobrecarga eléctrica.
En este panorama la eficiencia ya no es un lujo, es una necesidad básica, y el sector HVAC tiene la responsabilidad –y la oportunidad– de liderar soluciones. “Un sistema eficiente puede significar una reducción significativa en las facturas energéticas de un hogar o la continuidad operativa de una empresa en medio de olas de calor”, apunta un informe técnico sectorial de la Agencia Internacional de Energía (IEA por sus siglas en inglés).
La IEA enfatiza cómo el confort térmico accesible mejora resiliencia económica, por lo que el desafío para fabricantes, integradores y consultores es ofrecer tecnologías de punta a precios asequibles y escalables, de modo que beneficien no solo a corporativos o residenciales de lujo, sino también a viviendas de interés social y pequeñas empresas.
Con la innovación tecnológica en climatización se está abriendo un camino a esta democratización del confort. Por un lado, surgen equipos con refrigerantes de bajo Potencial de Calentamiento Global (GWP), alineados con los compromisos ambientales del Protocolo de Montreal y la Enmienda de Kigali. Por otro lado, la integración de controles inteligentes basados en Internet de las Cosas (IoT) permite monitorear y optimizar el consumo en tiempo real, adaptándose al uso real de cada espacio.
Hoy es posible instalar sensores que apaguen el aire cuando una sala está vacía o que ajusten automáticamente la ventilación según la calidad del aire interior. Estas soluciones combinadas pueden reducir hasta un 40% del uso de energía residencial en climatización, según estimaciones de la industria.
Sin embargo, tecnología sin una correcta aplicación no basta, como advirtió con ironía Odón de Buen: “En Mexicali hubo un programa en tiempos de Fox donde metieron sistemas fotovoltaicos a las casas. El presidente las inauguró, pero los locales advertían: ‘No se recargue en la pared porque se va a quemar’. Bonito sistema en el techo, pero la casa era un invernadero”.
La anécdota ilustra un error frecuente: priorizar soluciones glamorosas como paneles solares sin atender primero la eficiencia básica de la vivienda. Techos y muros sin aislamiento térmico convierten el hogar en un horno, y ni la energía solar puede evitarlo. “Esa es mi batalla: no estoy en contra de lo fotovoltaico, pero primero hay que mejorar la eficiencia energética de la vivienda, después los equipos, y hasta el final poner paneles”, remata Odón.
El mensaje es contundente: la ruta lógica para abatir la pobreza energética inicia con eficiencia estructural (aislamiento, diseño bioclimático), sigue con equipos modernos de HVAC, y solo finalmente integra generación renovable. Aplicar esta jerarquía de medidas maximiza el impacto y evita desperdiciar inversiones. Cada peso invertido en aislamiento o en un aire acondicionado eficiente rinde mucho más en confort que ese mismo peso puesto en paneles solares sobre una vivienda mal acondicionada.
Desafíos de inversión y políticas públicas
Resolver la pobreza energética implica enfrentar barreras económicas y de política pública. Los tomadores de decisión –sea el dueño de una PYME pensando en modernizar su climatización, o un alcalde diseñando viviendas populares– suelen debatirse entre el costo inicial de las mejoras y el retorno a largo plazo. Es cierto que la tecnología eficiente suele requerir una mayor inversión upfront, pero la evidencia demuestra que vale la pena: muchas medidas de eficiencia energética recuperan su inversión en menos de cinco años a través de ahorros en las facturas de luz.
Por ejemplo, actualizar equipos de aire acondicionado antiguos por modelos inverter de última generación, o instalar sistemas de gestión inteligente en un edificio, puede parecer costoso, pero esos proyectos típicamente se amortizan en un plazo breve gracias al ahorro de energía.
Un hotel que renovó su sistema de climatización en México reportó reducciones del 20% en sus costos de mantenimiento y 15-40% en consumo eléctrico –un alivio al bolsillo que en hogares modestos equivale a poder destinar ese dinero a alimentos o educación en vez de a la compañía eléctrica.
El sector público, por su parte, enfrenta un dilema presupuestal. Históricamente, la respuesta política a la inaccesibilidad de la energía ha sido subvencionar las tarifas eléctricas para los usuarios, en especial en zonas de clima extremo. México no es la excepción: en 2022 el gobierno destinó al menos 73 mil millones de pesos del erario para cubrir subsidios eléctricos, y el gasto real anual promedio en estos apoyos rondó los 83 mil millones. Es un monto enorme –el cuarto programa de subsidios más costoso del país– que se usa para que millones de familias paguen menos de lo que realmente cuesta la energía que consumen.
Odón de Buen advierte que esta salida es un parche insostenible: “El problema de política pública se resuelve con más subsidios, pero eso genera un problema fiscal. Yo estimo que se gastan 80mil millones de pesos al año para cubrir lo que no pagan los usuarios en zonas de clima extremo”.
Más allá del impacto fiscal, el subsidio generalizado tiene la paradoja de beneficiar más a quien más consume, usualmente clases media y alta con aire acondicionado, y deja fuera a quienes ni siquiera pueden costear un equipo. Por ello, expertos sugieren redirigir esos recursos a programas de eficiencia energética, donde cada peso rinde doble o triple.
“Cada peso que ahorra el usuario, el Gobierno Federal ahorra dos”, calcula Odón, ilustrando que si una familia reduce su consumo con una casa bien aislada y un aire eficiente, no solo baja su recibo, también el Estado reduce su gasto en subsidio. Invertir en eficiencia y confort térmico resulta entonces una política ganar-ganar: alivia al consumidor y al fisco simultáneamente, con beneficios colaterales en salud y productividad.
El marco regulatorio también juega un papel crucial para orientar al mercado hacia la eficiencia y la sustentabilidad. México ha avanzado en establecer Normas Oficiales que elevan los estándares mínimos de desempeño energético. Por ejemplo, la NOM-026-ENER-2015 fija requisitos de eficiencia para aires acondicionados tipo dividido (minisplit) con tecnología inverter, definiendo límites mínimos de rendimiento, métodos de prueba y etiquetado energético.
Gracias a regulaciones así, hoy un equipo nuevo en el mercado mexicano consume considerablemente menos electricidad que modelos de hace una década. A nivel internacional, el país ha asumido compromisos derivados del Protocolo de Montreal (sobre sustancias que agotan el ozono) y su Enmienda de Kigali (que regula los refrigerantes de alto efecto invernadero).
Estos acuerdos han detonado políticas nacionales para reconvertir la industria HVAC hacia tecnologías limpias. La Ley General de Cambio Climático, por ejemplo, promueve la reducción de hidrofluorocarbonos (HFC) en concordancia con Kigali, acelerando la adopción de refrigerantes alternativos como el CO₂ o compuestos HFO en sistemas de aire acondicionado.
Asimismo, normas ambientales de SEMARNAT exigen la recuperación y manejo responsable de refrigerantes viejos (NOM-125-ECOL) y limitan las emisiones permitidas de gases HFC (NOM-133-SEMARNAT). Este arsenal normativo –que abarca desde eficiencia energética hasta control de emisiones y residuos peligrosos– está transformando gradualmente a la industria hacia prácticas más limpias y eficientes.
No obstante, persisten brechas en la implementación: en muchas comunidades aún vemos equipos obsoletos, construcciones sin regulación térmica y ausencia de financiamiento para mejoras. La heterogeneidad en el cumplimiento de la normativa deja zonas grises donde la pobreza energética sigue reproduciéndose, ya sea por falta de información o por economía informal que comercializa aparatos ineficientes. El reto para las políticas públicas es cerrar esas brechas con programas integrales que combinen reglamentos exigentes, incentivos financieros y capacitación técnica, de modo que la eficiencia energética llegue al último rincón del país.
Innovación y responsabilidad empresarial
Superar la pobreza energética no es labor de un solo actor. Requiere una estrategia colaborativa donde gobierno, iniciativa privada y sociedad civil alineen objetivos. En este entramado, las empresas del sector HVAC tienen una oportunidad única de ejercer responsabilidad social corporativa con impacto tangible. Varias compañías líderes ya impulsan programas donde instalan sistemas de climatización eficientes en escuelas rurales, clínicas comunitarias o viviendas sociales, buscando mejorar la calidad de vida en zonas marginadas.
Estas iniciativas no solo cumplen un fin humanitario; también sirven de vitrina tecnológica demostrando cómo la eficiencia energética produce ahorros inmediatos que pueden reinvertirse en otras necesidades locales. Por ejemplo, un proyecto piloto en una comunidad rural dotó a un centro de salud de un moderno sistema solar fotovoltaico con baterías para alimentar aires acondicionados eficientes. El resultado fue doble: los pacientes contaron con salas frescas en pleno verano (mejorando la atención médica) y el presupuesto operativo del centro redujo su gasto eléctrico casi a cero, liberando fondos para medicinas.
Al mismo tiempo, se abren nuevos nichos de negocio relacionados con aliviar la precariedad energética. La rehabilitación de viviendas de interés social para dotarlas de aislamiento térmico, ventilación adecuada y equipos de climatización básicos es un mercado incipiente con enorme potencial en México y Latinoamérica.
Igual de importante es la consultoría energética para pequeñas empresas: miles de talleres, restaurantes y comercios gastan de más en electricidad por desconocimiento, y podrían beneficiarse de asesorías para optimizar sus consumos.
Otra área en expansión es la instalación de microredes locales que integren energías renovables y climatización eficiente. Imaginemos conjuntos habitacionales o pueblos remotos donde paneles solares comunitarios alimentan sistemas de aire acondicionado de uso compartido, con almacenamiento en baterías para las horas pico. Estas microredes inteligentes pueden brindar independencia energética a comunidades, reduciendo costos y aumentando la resiliencia ante fallas de la red principal.
Organismos internacionales como el Banco Mundial destacan que cada dólar invertido en eficiencia energética genera hasta 5 dólares en beneficios socioeconómicos –desde empleos verdes hasta mejoras en salud–, por lo que canalizar inversión hacia estos modelos es una apuesta de alto retorno social.
La digitalización desempeña igualmente un papel catalizador. El análisis de datos masivos (Big Data) y el monitoreo remoto permiten identificar patrones de consumo ocultos y proponer soluciones personalizadas. Empresas de HVAC que adoptan plataformas digitales pueden, por ejemplo, detectar que cierto barrio presenta picos de demanda nocturnos inusuales y sugerir instalar ventilación nocturna pasiva o techos fríos en esas viviendas.
O bien, a nivel industrial, pueden ofrecer servicios de gestión energética donde optimizan en tiempo real los sistemas de climatización de una fábrica para aplanar la curva de carga y evitar penalizaciones por demanda máxima. Esta capacidad de respuesta a medida será un diferenciador clave en el mercado: los clientes –desde un hogar hasta una cadena hotelera– valorarán a aquellos proveedores que entiendan sus necesidades específicas y ofrezcan soluciones “llave en mano” integrales, combinando equipamiento eficiente, financiamiento accesible y seguimiento post-venta.
La innovación ya no solo consiste en fabricar el mejor aire acondicionado, sino en repensar modelos de negocio: por ejemplo, empresas que ofrezcan esquemas de arrendamiento de sistemas HVAC eficientes, donde el usuario paga una cuota mensual menor a su ahorro en energía, logrando confort inmediato sin desembolso inicial. Estrategias así convierten la eficiencia en un servicio asequible para todos.
Abordar la pobreza energética desde la óptica del sector HVAC implica reconocer que no es un problema meramente técnico, sino un reto sistémico con aristas sociales, económicas y ambientales. Cada aire acondicionado eficiente instalado en un hogar de bajos ingresos, cada escuela climatizada correctamente, cada edificio público retroequipado con estándares modernos, es un paso hacia la justicia energética.
El liderazgo empresarial en este campo se medirá no solo en ventas o patentes innovadoras, sino en la capacidad de las compañías para ser agentes de cambio que cierren brechas. Como bien se ha dicho, el acceso a energía de calidad habilita derechos fundamentales: salud, educación, desarrollo. Garantizar el confort térmico universal –que una familia pueda abrigarse o refrescarse en su hogar sin caer en pobreza– debe asumirse como meta de primer orden en un mundo marcado por el cambio climático.
La gerencia del sector HVAC en México y Latinoamérica tiene hoy la oportunidad de posicionarse como un actor decisivo en esta cruzada: invirtiendo en tecnología adecuada, impulsando regulaciones inteligentes y construyendo alianzas público-privadas que financien proyectos de eficiencia a gran escala.
Odón de Buen subraya que la solución pasa por seguir un orden lógico y sensato: “primero la eficiencia en la construcción, luego los equipos modernos y finalmente la generación renovable”. Hacer las cosas en ese orden multiplicará los beneficios para todos.
En última instancia, el sector HVAC no es solo una industria: es infraestructura social. Su contribución se reflejará en niños que aprenden mejor en aulas templadas, en trabajadores más sanos y productivos, en ciudades más sostenibles y en comunidades empoderadas energéticamente. Convertir el frío y el calor en aliados del bienestar, y no en privilegios de unos cuantos, es el desafío –invisible pero urgente– que definirá el verdadero éxito de este sector en el siglo XXI.
Fuentes: Agencia Internacional de Energía, Banco Mundial, Secretaría de Energía (México), CONUEE, México Evalúa
