Por Óscar García
Hoy en día, sobre todo en grandes ciudades y contextos urbanos, pasamos un tiempo considerable en espacios interiores. De acuerdo con estudios realizados por el Journal of Exposure Analysis and Environmental Epidemiology (JESEE), el tiempo que pasamos en diferentes espacios se distribuye así:
- 68.7% en casa.
- 11% en otros espacios interiores.
- 7.6% al aire libre.
- 5.5% en vehículos.
- 5.4% en oficinas o fábricas.
- 1.8% en bares o restaurantes.
Más que curiosidad, estas cifras son una señal de la enorme importancia de monitorear la calidad del aire interior (CAI), dado que la mayor parte de nuestras vidas transcurre entre cuatro paredes.1 Como advierte, Eddie Kelley, especialista de Producto y Sensores de Belimo, una mala CAI afecta más que nuestro confort; impacta de forma directa en nuestra salud, sistema inmunológico, productividad y bienestar general.
¿Cómo afecta la humedad la propagación de virus y patógenos?
La propagación de virus y microbios está estrechamente vinculada con la humedad relativa del aire. En ambientes secos, con una humedad inferior al 40%, las gotas de agua que contienen microorganismos se evaporan rápidamente, reduciendo su tamaño y permitiéndoles viajar largas distancias. Las gotas más pequeñas, como las de 1 µm, pueden flotar en el aire hasta 12 horas o más, mientras que una gota de 10 µm puede permanecer suspendida durante 8.2 minutos.
Estas condiciones favorecen la propagación de los patógenos, ya que sobreviven más tiempo y recorren mayores distancias. En contraste, cuando la humedad relativa se mantiene entre el 40-60%, las gotas se agrandan y caen más rápido, lo que reduce significativamente la transmisión de enfermedades.
El aire seco es uno de los factores menos discutidos, pero críticos, en la propagación de virus y bacterias. En climas fríos, la humedad relativa a menudo desciende por debajo del 40%, facilitando que los microorganismos se propaguen y aumentando su virulencia. Este rango de baja humedad incrementa también el riesgo de infecciones respiratorias y enfermedades asociadas. Por ello, mantener un nivel de humedad entre el 40-60% es crucial.

Este rango no solo minimiza la transmisión de patógenos, sino que también ayuda al cuerpo a defenderse mejor y previene problemas como ojos secos, grietas en la piel y dificultad en la cicatrización.
Además de favorecer la propagación de patógenos, la baja humedad tiene efectos directos sobre la salud humana. Condiciones como ojos secos, deshidratación leve e incluso la afectación de la función cerebral pueden ocurrir tras 8 horas de exposición a niveles de humedad del 20%. Esta condición también aumenta los ataques de asma y agrava reacciones alérgicas. Según el diagrama Scofield-Sterling, el rango ideal de humedad (40-60%) no solo reduce la propagación de virus, sino también la presencia de hongos, ácaros y bacterias, y disminuye la incidencia de infecciones respiratorias, alergias y problemas relacionados con la calidad del aire interior.
Temperatura y calidad del flujo de aire
La temperatura y la velocidad del flujo de aire también son determinantes en la calidad del ambiente interior y la salud de las personas. Mantener una temperatura adecuada, entre 18°C y 24°C, y una velocidad de aire confortable, que no supere los 0.3 m/s, es crucial para minimizar riesgos asociados al aire frío o demasiado rápido.
Corrientes de aire frío, como las provenientes de difusores de aire en verano o la convección cerca de ventanas en invierno, pueden tensar los músculos y debilitar el sistema inmunológico. Esto sucede porque las partes del cuerpo expuestas al frío pierden la capacidad de mantener una función normal, secándose y perdiendo sus mecanismos de defensa.
Además, el enfriamiento por evaporación del sudor al entrar a un edificio cálido después de un día caluroso puede amplificar la percepción de corrientes de aire, aumentando el impacto negativo en la salud.
Otro factor crítico son las partículas finas en suspensión, cuyo tamaño determina su impacto en el sistema respiratorio. Por ejemplo:
• PM10 (10 µm): Polvo inhalable que puede alcanzar las vías respiratorias superiores (nivel seguro <50 µg/m³).
• PM2.5 (2.5 µm): Polvo respirable que penetra profundamente en los pulmones (nivel seguro ≤25 µg/m³).
• Partículas ultrafinas (<1 µm): Pueden entrar en el torrente sanguíneo, agravando enfermedades pulmonares y cardiovasculares.
Estas partículas provienen de fuentes como el desgaste de frenos, neumáticos, polen y hasta impresoras láser. Su inhalación está asociada con reacciones alérgicas, infecciones pulmonares, exacerbación del asma y la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC), e incluso cáncer de pulmón. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la exposición prolongada a PM2.5 está vinculada a millones de muertes prematuras al año, resaltando la importancia de controlar estas partículas.
Por último, se ha identificado que la “banda de confort” en la percepción de la velocidad del aire depende directamente de la temperatura. A 18°C, una velocidad de aire de 0 m/s se percibe como confortable, pero a medida que la temperatura sube a 24°C, la velocidad de aire confortable puede llegar hasta 0.3 m/s. Superar estos rangos puede generar incomodidad térmica y problemas de salud a largo plazo.
Tecnología HVAC para mejorar la CAI
Los datos anteriores subrayan la necesidad de diseñar sistemas de climatización y ventilación que no solo controlen la temperatura, sino también regulen la calidad del flujo de aire para proteger la salud de los ocupantes.
Existen soluciones para disminuir los riesgos asociados a una mala CAI, las cuales no solo proporcionan aire fresco, filtrado y acondicionado a cada zona de un edificio, sino que también eliminan contaminantes como polvo, polen y microorganismos antes de que ingresen a los espacios interiores.
Al evitar la recirculación de aire viciado, estos sistemas aseguran un suministro constante de aire saludable, mejorando significativamente el bienestar de los ocupantes.
Control centralizado y personalizado del aire
Una de las principales ventajas de las unidades manejadoras de aire central (UMA) es su capacidad para monitorear y ajustar en tiempo real los parámetros críticos del aire. Sensores avanzados miden constantemente la temperatura, humedad y niveles de CO₂, permitiendo corregir cualquier desviación al instante.
Además, los sensores de presión instalados en los filtros alertan cuando es necesario un cambio, garantizando que el aire siempre esté libre de partículas dañinas. A nivel individual, los sensores instalados en habitaciones específicas permiten un control más preciso, detectando cambios en parámetros como la concentración de compuestos orgánicos volátiles (COVs) o la calidad del aire debido a ocupación elevada, para ajustar automáticamente la ventilación y devolver el ambiente a condiciones óptimas.
Como se sabe, solo es posible controlar lo que se puede medir. Lo mismo ocurre con la calidad del aire interior. Los sensores constituyen solamente el 0.08% del total de la inversión en HVAC de un edificio. El costo de utilizar sensores de confianza y precisos se compensa rápidamente por la mejora de la salud y la productividad de los ocupantes.
El compromiso de Belimo con la salud pública
Invertir en sistemas HVAC avanzados con estrategias de monitoreo y control de la calidad del aire no es solo una cuestión de confort, sino un compromiso con la salud pública en temporada invernal. Al garantizar una ventilación adecuada, eliminar contaminantes y mantener niveles de humedad óptimos, estos sistemas crean un entorno seguro y saludable. Menos enfermedades, mayor productividad y un mejor bienestar general son el resultado directo de estas medidas. Porque, al final, respirar aire limpio dentro de un edificio es mucho más que un lujo: es una necesidad para una mejor calidad de vida.